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Historia
El profesor Raúl siempre llegaba temprano a la escuela, saludando a todos con una sonrisa franca y sincera. Para él, enseñar no era solo impartir conocimientos, sino sembrar curiosidad. Sus clases de historia no eran una lista de fechas y nombres: él recreaba batallas con pequeños objetos en el escritorio, invitaba a sus alumnos a escenificar debates históricos y jamás ridiculizaba una respuesta.
A veces, alguno de sus estudiantes se quedaba después de clase, preocupado por un examen o por algún problema personal. Con paciencia, Raúl escuchaba, aconsejaba y celebraba incluso los logros más pequeños. Sus colegas decían que tenía el don de encontrar el talento oculto en cada estudiante, y siempre estaba dispuesto a ayudar, organizando talleres y colaborando en proyectos con entusiasmo contagioso.
Lo que más valoraban sus alumnos era que nunca los trataba como números, sino como personas con sueños y voces propias. Cuando finalmente se retiró, todos recordaban cómo una vez él había hecho del aprendizaje una aventura y de la escuela, un lugar donde cada quien podía brillar.
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