**Título "El Jardín de los Sueños"**
**Título "El Jardín de los Sueños"**
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de altas montañas y verdes praderas, un niño llamado Tomás Tomás era un niño curioso y soñador. Le gustaba pasar horas mirando las nubes, inventando historias sobre lo que había más allá de las montañas y deseando un mundo lleno de aventuras.
Un día, mientras exploraba el bosque que se encontraba cerca de su casa, Tomás se topó con un camino que nunca antes había visto. La curiosidad lo invadió y decidió seguirlo. Caminó durante un buen rato, sintiendo que la naturaleza lo envolvía con su magia. A medida que se adentraba más en el bosque, el sol comenzaba a esconderse y la luz se tornaba dorada, iluminando las hojas y creando un espectáculo deslumbrante.
Finalmente, Tomás llegó a un lugar que parecía sacado de un sueño. Era un jardín espléndido, lleno de flores de todos los colores imaginables: amarillas como el sol, rojas como el fuego, azules como el cielo y moradas como la noche. En el centro del jardín había una fuente cuyas aguas brillaban como diamantes y producían un suave murmullo que relajaba el espíritu. Tomás no podía creer lo que veía; nunca había estado en un lugar tan hermoso.
Mientras exploraba el jardín, se encontró con un viejo sabio que parecía haber estado esperando su llegada. El anciano, con una larga barba blanca y ojos que reflejaban la sabiduría de los años, sonrió al ver a Tomás y le dijo:
—Bienvenido, joven soñador. Este es el Jardín de los Sueños. Aquí, las flores crecen a partir de los sueños que los niños como tú han sembrado en sus corazones.
Tomás, con ojos deslumbrados, preguntó:
—¿Puedo ver mis sueños aquí?
El sabio asintió y, con un ligero movimiento de su mano, las flores comenzaron a brillar intensamente. Una de ellas, un tulipán de color violeta, tomó forma y comenzó a narrarle una historia. Era la historia de un valiente caballero que luchaba contra un dragón para rescatar a una princesa. Tomás, emocionado, se sentó para escuchar cuidadosamente cada palabra, imaginándose en aquel mundo de héroes y aventuras.
—Cada niño que visita este jardín tiene la oportunidad de crear sus propios sueños —explicó el anciano—. Pero también debes recordar que los sueños necesitan ser cuidados y alimentados, así como estas flores. Si dejas de creer en ellos, marchitarán.
Tomás sintió que una chispa de inspiración se encendía en su interior. A partir de ese momento, sabía que debía cuidar de sus sueños y no dejarlos marchitar. Prometió al anciano que nunca dejaría de creer en ellos.
El viejo sabio, con una sonrisa en su rostro, le enseñó a Tomás a plantar sus propios sueños en el jardín. Así que juntos, comenzaron a enterrar pequeñas semillas bajo la tierra fértil, cada una representando un sueño: ser un explorador, un artista, un científico, un amigo valioso… cada sueño llenaba el jardín de colores vibrantes y alegría.
Con el tiempo, Tomás comenzó a visitar el jardín con frecuencia, y cada vez que lo hacía, el anciano lo recibía con una nueva historia inspiradora y le enseñaba a cuidar sus sueños. Pero también le enseñó a luchar por ellos en el mundo real, a no rendirse nunca, y a esforzarse para hacerlos realidad.
Finalmente, llegó el día en que Tomás se despidió del anciano, con la promesa de regresar y compartir sus logros. Con el corazón lleno de gratitud y esperanza, el niño salió del jardín, decidido a hacer crecer sus sueños en el mundo real.
Y así, Tomás se convirtió en una persona valiente, generosa y soñadora, nunca olvidando el Jardín de los Sueños, donde inicialmente había encontrado su inspiración.
**Moraleja:** Nunca dejes de creer en tus sueños, porque son las semillas de un futuro maravilloso. Cuídalos y lucha por ellos, y verás cómo florecen en tu vida.